Extrañas sensaciones se me disparan cuando camino por las viejas, fosilizadas vías del ferrocarril, entre matas de hierba y viejos senderos de pedregón. A sus costados delicados y humildes jardines separados por alambre entretejido y arboles añosos dibujan las laderas de este viejo paseo diagonal que desemboca en los albores de la vieja estación de trenes de Mar del Plata.
Área poco transitada, ajena al nervioso y acelerado paso de
los transeúntes y sus problemas cotidianos,
ajena a sus bocinas de cacharro
concebidas por el demonio, ajena a la anodina vorágine social que trata de
borrarnos la memoria, este pequeño trayecto es un espacio de reflexión.
Viejas obras en
construcción alternan con desiguales pastizales y áreas de basural que exudan
una extraña fetidez a medida que vamos pasando los viejos puestos de
guardabarrera. Paredes de sucia blancura dejan su testimonio a través de
creativos grafitis.
Pero mejor de todo es ese silencio, un silencio que grita por debajo, pero un silencio al fin…
Ese silencio...
Silencio
Ese silencio...
Silencio
En el medio de una rutina casi diaria, paso por alguna de las esquinas de esa misma vía que mostras y percibo las sensaciones que describís. Siempre me roba esa perspectiva la mirada y ese paisaje me genera la idea de salir a caminarlo. Pero para cuando quiero pensar… ya lo cruce… por algunas de las calles de la rutina y sigo camino hacia los horarios, las fechas, los requerimientos y el no silencio diario.
ResponderEliminarBorrarnos la memoria… sin duda. Y tan necesario ese silencio.
Abrazo grande, gran amigo. Un gusto leerte.