Quién tuviese la oportunidad, en estos días, de pegarse una
escapada por la bestial Nueva York, no debería dejar de visitar la muestra que
el Moma le dedica a una de las artistas más fascinantes de la segunda mitad del
siglo XX.
Cindy Sherman es, en efecto, uno de esos fenómenos tan
atractivos y complejos que su sola presencia en las salas más importantes del
mundo, convierte la agenda museística en un verdadero suceso.
Tras un infructuoso andar por la pintura, Sherman recupera sus pasos perdidos incursionando en
la fotografía, que hasta ese momento se medía preferentemente en términos de
calidad de la toma, y subvierte su proceso.
Utilizando cámaras de segunda línea y gracias a su
conocimiento del medio cinematográfico, le da a sus fotografías un carácter
atmosférico, algo enrarecido, principal punto de anclaje con el espectador.
A partir de allí, el abanico de temas que despliega la
artista es variado, series subrepticiamente unidas por un hilo muy delgado que
van desde sus fotos para falsos films de bajo presupuesto, curiosos y complejos
teatros de fetiches que exudan una bizarra sexualidad, y otras donde ella misma
es el centro del relato, siendo su imagen atravesada por una compleja mirada cultural,
disparadora de múltiples cuestionamientos acerca de cómo la mujer es apropiada
y reconvenida dentro del espacio contemporáneo.
Es de destacar la
importancia que en cada una de sus fotografías otorga al gesto (este puede ser
de placer, de horror, de fastidio, de desdén, de odio o penitencia), el
vestuario (algo abigarrado, colorido y sobredimensionado), el maquillaje, que
revela y oculta al mismo tiempo. Recursos que en cada caso, sobredimensionan
ese universo sujeto-objetual, pero que a su vez lo exceden. Es como si, en cada
caso la costura se hiciera evidente, el gesto artificioso. Sherman nos revela
de a poco el secreto el proceso de sus propias construcciones simbólicas.
En su serie de maniquíes, la fenomenología de lo obsceno se
revela a través de un complejo escenario de partes y engranajes, mecánica de un
placer negado, eros reconvenido dentro de la lógica de poder más oscura de la
sociedad capitalista.
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